LA AUTOESTIMA O PRINCIPIO DE CONSERVACIÓN



Los seres vivos, desde la ameba hasta el hombre, se mueven y existen gracias a un poderoso impulso, instinto o principio de vida, llamado instinto de autoconservación. Este instinto propulsor de la vida es el que mantiene, protege y ayuda a todos los seres vivos a desarrollarse, "nacer, crecer y morir", para que otros seres sigan naciendo, creciendo y muriendo.

En el hombre, el instinto de autoconservación, de mantenimiento de la propia vida a nivel psicológico (emocional y mental) va acompañado o revestido de la propia autoestima, del respeto y el amor a nosotros mismos. Es decir, la más íntima y poderosa de las relaciones, aquellas que no podemos eludir, es la relación con nosotros mismos. El hombre es el único ser que a diferencia de los demás seres vivos se pregunta: ¿Quién soy?, ¿Qué quiero?, ¿A dónde voy?, ¿Estoy contento o descontento conmigo mismo ?, dando una visión trascendente a su propia vida.

El modo en que nos relacionamos con nosotros mismos afecta al modo en que nos relacionamos con los demás, con el mundo que nos rodea; de la misma forma en que el modo de relacionarnos con los demás y con el mundo, afecta la relación que establecemos con nosotros mismos. Autoestima equivale a quererse, estimarse a sí mismo, y esto se puede traducir como egoísmo, orgullo, honor, dignidad. En el mundo mediatizado durante siglos por una religión que ha preconizado el altruismo, el sacrificio por los demás, la entrega de sí mismo, el poner la otra mejilla cuando te golpean, puede parecer extraño que alguien hable a favor del egoísmo (quizás por eso se ha creado una palabra más light, denominada "autoestima"). Como dice el psicólogo cognitivo Wayne Dyer, el egoísmo al contrario de la opinión ampliamente generalizada en la sociedad es muy recomendable como norma de vida. Pero aquí tendríamos que entender que el egoísmo al que se refiere es al principio de autoconservación o autoestima.

Si una persona no se quiere a sí misma, tampoco va a querer de una forma sana y equilibrada a los demás; quizás podrá manifestar conductas de dependencia o sumisión, pero esto no es un cariño o amor maduro y equilibrado. Tambien ocurre al contrario, si una persona solo ser quiere a sí misma, va a manifestar conductas de despotismo, de narcisismo y de manipulación de los demás, a los cuales utilizará en beneficio propio, ya que en su universo individual solo existe él mismo. El egoísmo bien entendido tiene como objetivo satisfacer las propias necesidades del cuerpo y desarrollar las inquietudes, intereses y objetivos propios del sí mismo. El egoísmo es la forma de desarrollo que se da en la naturaleza y por lo tanto tendría que ser la forma más sana y natural de relación de los seres humanos. Pero aquí hemos de matizar lo siguiente: Cuando hablamos de egoísmo o de autoestima no podemos entender que "yo soy el centro del universo y todos los demás están para satisfacer mis necesidades", porque aquí, en este último supuesto, no nos referimos a un sano egoísmo, sino a un maltrato, abuso, explotación de los demás para conseguir un beneficio propio.

La autoestima o sano egoísmo está relacionada con la introspección, con el saberse escuchar a sí mismo y saber lo que uno quiere; y cuando uno se ha escuchado a sí mismo también sabe escuchar a los demás. Sólo aquel que se quiere a sí mismo sabrá querer a los demás. Ya lo dijo el Maestro Jesús hace 2000 años: "Ama al prójimo como a ti mismo", ni más que a ti mismo que te entregues a él olvidándote de ti, ni menos que a ti mismo, que utilices o manipules a los demás en beneficio propio. "La falta de egoísmo (como dice el psicólogo junguiano Nataniel Branden) constituye el más importante peligro personal, interpersonal y social que nos acecha y que lo ha sido durante la mayor parte de nuestra historia".

Uno tiene tanto que hacer consigo mismo, tanto que observarse para corregirse; tantas cosas que hacer para autorealizarse, para convertir en realidad sus propios sueños, para darse a sí mismo el placer que le corresponde tanto a nivel de sus sentidos físicos como de su intelecto y de sus sentimientos; hay tantas cosas que uno puede hacer por sí mismo, que si en realidad las hace, en el mundo habría menos envidia, menos agresiones, menos críticas, menos perversiones, menos acoso, menos explotación. Nadie intentaría hacer comulgar a otro con su propio credo, sino que él mismo practiaría su credo de la forma más auténtica y con el mayor respeto al que no cree lo mismo que él.

Respetarse a sí mismo, desarrollar la autoestima, significa practicar el egoísmo en el sentido más noble, sublime y menos comprendido y esto requiere enorme independencia, coraje e integridad. "El peor de los males que le puede suceder al hombre es que llegue a pensar mal de sí mismo", dijo Goethe, y por tanto uno de los mayores obstáculos para ser amado es creer ser indigno para ello. El concepto de autoestima es la suma de la confianza en sí mismo y el respeto a sí mismo (y por tanto a los demás). Cuando vemos a personas poseedoras de una seguridad fundamental en sí mismas que permanece casi inalterable a pesar de los obstáculos de la vida, percibimos la presencia de una elevada autoestima. Está relacionada con el propio esfuerzo e intentar el desarrollo de las propias ideas e intereses siempre que no vayan en perjuicio de terceras personas.

Un elevado nivel de confianza en sí mismo se encuentra relacionado con la capacidad de disfrutar de la vida y hallar fuentes de satisfacción en nuestra existencia. La elevada autoestima, esto es, el sano egoísmo, representa una poderosa fuerza al servicio de la vida. Se refiere al sentimiento de la propia valía, mientras que el orgullo se relaciona con los logros adquiridos. Tanto uno como otro son muy importantes y son cualidades que se deben adquirir pues son formas de respetar el sí mismo.

La genuina autoestima no es competitiva ni comparativa, ni intenta llegar a ser superior a otros o despreciar a los demás para exaltarse a sí mismo. La arrogancia y la sobrestimación de nuestras habilidades muestran una autoestima inadecuada. El hecho de alegrarse con la mera existencia representa una autoestima saludable. Se trata de un estado en el que no se está en conflicto ni consigo mismo ni con los demás.

La infancia es la etapa fundamental donde se adquiere la autoestima o por el contrario, la auto-enajenación. Es el momento adecuado para establecer las bases de la confianza en sí mismo y son los padres y la familia los que más contribuyen a ello, seguido del ambiente escolar (compañeros y profesores) y amigos. No es decisiva para su desarrollo equilibrado, pero sí es muy importante.

En resumen, diremos que un egoísmo equilibrado consigo mismo y con los demás es lo que nos puede llevar a gozar de la vida desde una base de autenticidad y libertad.

Fdo.: María Angeles Morán Tamarit
Psicóloga colegiada CV-5787


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